Comentario
CAPITULO VII
De la manera que los piratas arman sus navíos, y del modo
de reglar sus viajes
Antes que los piratas vayan a la mar hacen advertir a cada uno de los que deben ir con ellos el término de embarcarse, intimándolos como consigo son obligados a traer en su particular tantas libras de pólvora y balas, cuantas juzgaren serles necesarias. Estando ya éstos a bordo, júntase en forma de consejo para decretar dónde han de ir primero a buscar vituallas, principalmente carne, pues no comen otra cosa, la más ordinaria de puerco y algunas tortugas que hacen salar un poco. Van algunas veces a robar corrales, donde los españoles suelen tener mil cabezas de ganado de cerda; por la noche escalan o fuerzan la casa del porquero, al cual hacen levantar de la cama forzándole a dar cuantas cabezas les da gusto, amenazándole de horca si no lo hace así y sin algún ruido, aunque muy de ordinario, lo ejecutan sin dar cuartel a los miserables porqueros y a otros que los quieren estorbar tales robos.
Teniendo ya provisiones bastantes de carnes, se van con ellas a su navío, donde dos veces al día distribuyen a cada uno, tanto cuanto quieren sin peso ni medida; de lo cual ni de otras cosas, no debe el dispensero dar al capitán mejor porción que al más ínfimo marinero. Estando el navío proveído de esta suerte, vuelven a juntar consejo para deliberar hacia qué parte cruzarán para buscar la arriesgada fortuna. Tienen por costumbre de hacer ante ellos una escritura de contrato, en la cual especifican cuánto debe tener el capitán por su navío: ponen y fundan dicho escrito de todo lo que llevan consigo para el viaje, de cuyo montón sacan por provisión doscientos pesos; el salario del carpintero que hizo o repara el navío, el cual de ordinario importa 100 ó 150 pesos según el acuerdo, poco más o menos; el dinero para el cirujano y medicamentos, que se suele tasar en 200 ó 250 pesos; después estipulan las recompensas y premios de los que serán heridos o mutilados de algún miembro, ordenando, por la pérdida de un brazo derecho 600 pesos o seis esclavos, por brazo izquierdo 500 pesos o cinco esclavos, por pierna derecha 500 pesos o cinco esclavos, por la izquierda 400 pesos o cuatro esclavos, por un ojo 100 pesos o un esclavo, por un dedo tanto como por un ojo, todo lo cual se debe sacar del capital o montón y de lo que se ganare. Hacen la repartición de lo que queda entre todos, el capitán tira por su navío cinco o seis porciones, para él dos. El resto, hasta el más mínimo marinero a proporción saca su parte; los muchachos la mitad que los demás, por razón que cuando sucede venir a coger algún navío mejor que el suyo, estos últimos pegan fuego en el que están y saltan en el vencido.
Tienen entre sí tales órdenes que en las presas de navíos defienden con rigor el no usurpar nada que se sea en su particular; así reparten todo lo que hallan igualmente, de tal suerte es, que hacen juramento solemne de no esconder la menor alhaja. Si después de esto cogen a alguno en infidelidad y contra el juramento, inmediatamente es desechado y separado de entre la congregación. Estas gentes son muy civiles entre ellos mismos de suerte que, si a alguno le falta algo de lo que otro tiene, con galantería le hace participante al otro. Cuando los piratas han hecho presa de navíos, la primera cosa que ejecutan es poner en tierra (la más cómoda que hallan) los prisioneros, reservándose algunos para su servicio y ayuda, a los cuales, pasados dos o tres años, les dan libertad. Van muy de ordinario a refrescarse a una u otra isla, particularmente a las que están de la parte del mediodía de la de Cuba; entonces limpian sus navíos y, entretanto, unos van a la caza y otros con algunas canoas a cruzar, buscando su fortuna. Toman muchas veces a los pobres pescadores de tortugas, a quienes llevan a su mansión y hacen trabajar tanto cuanto a los piratas les da gusto.
En las partes de la América hay cuatro especies de tortugas. La primera es tan grande, que cada una llega al peso de 2.000 ó 3.000 libras; sus escamas son tan blandas que con facilidad las cortan con cuchillos, estas tales no son buenas para comer. La segunda, son de mediocre cantidad, y tienen el color verde y las escamas más duras que las primeras, es comida de un gusto agradable. La tercera se diferencia muy poco en la cantidad de la segunda, pero tiene la cabeza algo más grande; llaman a esta tercera especie los franceses ca-vana: no vale nada para sustento. La cuarta se llama cabaret y es muy semejante en todo a las tortugas que tenemos en la Europa; tiénese ésta de ordinario entre las peñas, de donde salen a buscar que comer, siendo su ordinario manzanas de mar. Las otras arriba dichas comen hierba, que crece encima en el agua, sobre los bancos de arena y parecen por su agradable verdor a los matizados y muy deliciosos prados de las provincias de Holanda. Sus huevos son casi como los del cocodrilo, mas sin cáscara, estando cubiertos de una tenue película; hállanse en tanta abundancia en las costas arenosas que si los pájaros no vinieran a destruirlos, la mar se llenara sumamente de tortugas.
Ellas tienen lugares acostumbrados donde van todos los años a echar sus huevos; los principales son en las tres islas llamadas Caimanes, que están en la altura de 20 grados y 15 minutos, latitud septentrional, 45 leguas de la parte del norte de la isla de Cuba.
Es una cosa admirable de ver cómo las tortugas pueden hallar esta isla, porque la mayor parte de ellas vienen del golfo de Honduras, que está lejos de ella 150 leguas. Ha sucedido muchas veces que algunos navíos habiendo perdido la altura por grandes nieblas que hacía, tomaron la rota y corriente sólo por el ruido que oían de tortugas y las siguieron hasta llegar a la isla. Cuando la sazón de ellas es pasada se retiran hacia la isla de Cuba, donde hay muy buenas partes para hallar su sustento, pero mientras ellas se hallan en Cácaman, no comen nada. Habiendo estado un mes en los mares de Cuba y que están ya gordas, los pescadores españoles vienen a pescarlas siendo en tanta abundancia que proveen con largueza sus ciudades, villas y lugares. E1 modo de pescarlas es, tomando un clavo chillón y haciendo una como garrocha, le meten y aseguran en un palo largo, el cual descargan, a modo de puñalada, sobre la tortuga cuando sube encima del agua a tomar aire.
Los moradores de la Nueva España y de Campeche cargan sus principales mercadurías sobre navíos de alto bordo y con ellos hacen los negocios más ordinarios. Los campechinos en tiempo de invierno vienen hacia Caracas, islas de la Trinidad, y Margarita, porque en verano los vientos son muy contrarios, pero favorables para volver, como acostumbran, al principio del verano. No ignorando nada de eso los piratas (que son prácticos excelentes para escudriñar todos los pasos y partes más frecuentadas, con todas las circunstancias a sus designios) cruzan sobre los dichos navíos algún tiempo, mas si sucede que no pueden hacer nada ni su fortuna les ampara en dicho tiempo (después de haber hecho consulta), emprenden de ordinario cosas desesperadas, de cuyas resoluciones veis aquí un notable ejemplo. Cierto pirata llamado Pedro Francisco estuvo largo tiempo en la mar con su barca y 26 personas cruzando las costas del cabo de la Vela, esperando los navíos que debían tornar de Maracaibo hacia Campeche y, finalmente, no pudiendo obtener nada ni hallar alguna ventaja, tomó resolución de ir a Rancherías, que es cerca del Río de la Hacha, en la altura de 12 grados y medio, latitud septentrional, en el cual se halla un banco de perlas, que para cogerlas envían de Cartagena anualmente una flota de doce barcas con un navío de guerra para su defensa. Cada barca tiene dos negros que son diestros en zambullirse hasta seis brazadas de profundidad en el agua, en cuya profundidad hallan muchas perlas. Sucedió, pues, que dicho pirata emprendió una tal flota de barcas que estaban ancoradas en el Río, estando el navío de guerra a media legua de ella y no haciendo viento; entonces, el pirata, amainadas las velas y remando, bogó el largo de la costa haciendo creer era un español que venía de Maracaibo pasando solamente; pero al punto que se halló cerca del banco de perlas acometió a la almiranta de aquellas barcas, que era fuerte de ocho piezas de artillería y 60 hombres bien armados, diciendo se tendiesen; mas el almirante se puso en defensa y pelearon algún tiempo hasta que los españoles pidieron cuartel, y se rindieron a dicho pirata, el cual, después de señoreado, usó de una ficción y estratagema de su ingenio: hizo ir a pique su propia barca y arboló el estandarte español en la que él había tomado, forzando a todos los españoles de ir a tomar con él el navío de guerra. Púsose a la vela con un poco de viento, mas percibiendo el dicho navío que una de sus barcas había dado a la vela creía se quería escapar, no pudiendo definir de otra suerte; el pirata, entretanto, caminaba fuera de la ribera con toda la riqueza que había cogido, con que acabó de resolverse el navío a darle caza; viéndole el pirata, puso tantas velas cuantas pudo para escaparse, mas por mala fortuna suya se les tronchó el árbol mayor, con que quedaron inútiles o cortados.
De este mal suceso tomaron los del navío más ánimo, ganando y avanzando tiempo hacia ellos, con que al fin los cogieron. El pirata (no obstante, hallándose aún con veinte y dos personas sanas, porque el resto o estaban heridos o muertos) se puso en defensa, mas no aprovechándole en poco tiempo se rindió con los acuerdos siguientes: que el capitán de guerra no los trataría como a esclavos, excusándolos de traer ni llevar piedras ni permitiendo se les emplearía en otros semejantes trabajos como hacen de ordinario, teniéndolos y tratándolos como a negros tres o cuatro años y al fin los suelen enviar a otras tierras. Prometió dicho capitán de ponerlos todos en tierra franca y que no los haría alguna molestia. Sobre cuyas condiciones se entregaron dichos piratas con todo lo que habían robado que valía solo, por las perlas, más de cien mil reales de a ocho fuera del resto de la barca, víveres, alhajas y otras cosas, siendo una de las mayores presas para este pirata que se podía considerar que hubiera conseguido si no fuese la pérdida del árbol mayor que dijimos.
Una acción casi como la que acabamos de decir y no menos notable relataré. Cierto pirata portugués de nación, llamado Bartolomé Portugués, iba de Jamaica con su barca armada de cuatro piezas de artillería y treinta hombres hacia el cabo de Corriente, en la isla de Cuba; encontró un navío que venía de Maracaibo y Cartagena destinado para La Habana y Española, armado con veinte cañones gruesos y setenta hombres, tanto pasajeros como marineros. Acometióle dicho portugués, pero el navío se defendió esforzadamente; el pirata se escapó de los primeros encuentros resolviendo (aún entre ellos) el volverle a acometer. Hízolo renovando la porfía, que con un largo combate al fin le rindió. Perdió el portugués sólo diez hombres y cuatro heridos, hallándose con veinte combatientes y los españoles aún con cuarenta. Señoreados, pues, de tan grande navío y siéndoles el viento contrario para tomar la rota de Jamaica, resolvieron emprender el curso por el cabo de San Antonio (que es de la parte occidental de la isla de Cuba) para ir a refrescarse y hacer aguada, hallándose sin una gota.
Estaban ya cerca del dicho cabo, cuando encontraron tres navíos grandes de Nueva España que iban a La Habana, los cuales con facilidad volvieron a tomar el navío y piratas. Hiciéronlos prisioneros y se hallaron angustiados, viéndose pobres, presos y despojados de una tan rica fortuna estando el navío cargado con ciento veinte mil libras de cacao y setenta mil reales de a ocho. Dos días después hizo una grande y borrascosa tempestad, de suerte que los navíos se separaron largamente; el grande navío, donde los piratas estaban, fue a dar a Campeche, al cual vinieron muchos mercaderes para saludar y dar la bien llegada al capitán, en cuyo tiempo conocieron al pirata Portugués, como quien había hecho excesivas insolencias sobre las costas de aquel distrito; tanto infinitas muertes y robos cuanto numerosos incendios, de los cuales los de Campeche tenían muy fresca la memoria.
El día siguiente envió la justicia ministros suyos en busca y prendimiento de los criminales, sobrándoles los recelos de que el capitán de piratas se les escaparía en la ciudad (como otras veces había hecho), con que hallaron a propósito dejarle en el navío por entonces. Hicieron preparar entretanto la horca en la ciudad para colgarle al día siguiente, sin más forma de proceso ni prisión que del navío al lugar del suplicio. Entendía de esta futura tragedia Portugués algún rumor entre los marineros (érale familiar la lengua española), con que buscó medios para escaparse. Cogió dos vasijas que habían tenido vino y las taponó muy bien para servirse de ellas (como suelen hacer los malos nadadores de las calabazas) y, aguardando la noche, cuando todos dormían (excepto la centinela que le guardaba), viendo no podía eximirse de su custodia, tomó cubiertamente un cuchillo y le dio tan violenta puñalada que le dejó en estado de no poder hacer más ruido. Al instante se echó con las dos vasijas a la mar, con que nadó hasta la tierra donde salió y sin detención alguna se refugió en los bosques, donde estuvo tres días sin salir ni comer más que tal cual hierba silvestre.
Enviaron de la ciudad el siguiente día a buscarle por todo el bosque, lo cual viendo Portugués desde un agujero que penetraba en el hueco de un árbol donde estaba escondido y que se volvían sin poderle hallar, salió de allí para las costas que llaman de Golfo Triste, cuarenta leguas de la ciudad de Campeche. Llegó en quince días contándolos desde el que salió del navío, en cuyo tiempo y después padeció una extrema hambre, sed y temores de volver a caer en manos de españoles. No tenía alguna provisión más que una mala calabaza con un poco de agua ni comía otra cosa que pescados de concha que hallaba en los peñascos a las orillas de la mar; además, que le era preciso pasar aún algunas riberas no sabiendo bien nadar, en cuyo conflicto halló una tabla vieja que las olas habían echado en la orilla, la cual tenía algunos clavos que quitó y aguzó sobre una piedra hasta que los redujo cortantes como cuchillos, capaces (si bien trabajosamente) de cortar madera. Tomó y labró una poca de los árboles que tronchaba y tejiéndola con algunos ramos verdes hizo, lo mejor que pudo, un batel, con el cual pasó los ríos y finalmente llegó al cabo de Triste, donde halló un navío de piratas muy camaradas suyos que venía de Jamaica.
Hízoles relación de sus aventuras y adversidades, pidiéndoles una barca con 20 personas y prometiendo ir a acometer el navío que estaba en el puerto de Campeche, sobre el cual había sido hecho prisionero y escapado quince días antes. Acordaron todos la demanda y les fue grata su proposición. Fuese con la barca y los veinte hombres a ejecutar esta empresa, la cual fue intrépidamente hecha ocho días después de la separación de sus camaradas en cabo de Triste, pues llegando cerca de la ciudad, sin hacer algún rumor, con furor desesperado acometió al navío propuesto. Habían creído los que estaban dentro que era una barca de tierra que venía a traer por algo alguna mercaduría y así no estaban en la malicia de defensa, y los piratas, aprovechando la ocasión, se abalanzaron a ellos, sin Dios ni temor de la muerte, con que en poco tiempo se vieron los españoles obligados a rendirse.
Cortaron al mismo instante las áncoras y extendieron todas las velas para huirse de aquel puerto, como lo hicieron muy alegremente viéndose posesores de una tan grande embarcación. Hallándose ya el capitán de piratas en otro estado que el precedente, bien acomodado, rico, señor, habiendo sido esclavo, pobre, criminal y sentenciado a la horca, se proponía con esta presa alcanzar grandes ventajas, pues, además del navío, habían quedado dentro muchas de las mercadurías, aunque el dinero hubiera sido transportado a la ciudad. Continuó su camino hacia Jamaica, pero llegando cerca de la isla llamada Pinos, que está del lado del mediodía de la de Cuba, la fortuna le volvió las espaldas, levantándose una furiosa tempestad que fue causa de dar el navío contra los peñascos o bancos, llamados Jardines, de suerte que el bajel pereció y Portugués con sus marineros se salvaron en una canoa, llegando con ella a la isla de Jamaica, donde no quedó mucho tiempo, pues fue sólo mientras se preparó lo mejor que pudo para seguir la fortuna que siempre le fue adversa.
No menos raras han sido y son las acciones de otro pirata que al presente se halla en Jamaica, el cual ha hecho y emprendido cosas maravillosas. El lugar de su nacimiento es la ciudad de Groninga, en los estados de Holanda; su nombre legítimo se ignora, pero los piratas le han dado el de Roc Brasiliano, por haber estado mucho tiempo en el Brasil, del cual salió cuando los portugueses tomaron aquella región a la Compañía del Occidente de Amsterdam, siéndoles necesario a muchas naciones que allí estaban (como franceses, ingleses, holandeses y otras) tomar cada una su rota.
Este, pues, se retiró a Jamaica, y no sabiendo en qué ejercitarse para ganar su vida, se metió en la congregación de los piratas. Sirvióles en calidad de marinero por un poco de tiempo, en el cual se gobernó de tal manera que cada uno le amaba y respetaba como a su futuro caudillo. Sucedió que un día algunos marineros tuvieron disensión con el capitán donde resultó el salirse de la barca. Fuese con los despedidos que le escogieron por su conductor y guía, los cuales prepararon una barca, donde recibió el título de su capitán.
De allí a muy poco tiempo tomó un muy buen navío que venía de la Nueva España sobre el cual halló grande cantidad de plata, y uno y otro llevó a Jamaica, por cuya acción se hizo temer y estimar tanto que cada uno concibió temor de él, aunque no tenía recta dirección en sus familiares acciones, pues todo cuanto hacía lo ejecutaba brutalmente, como un necio. Muchas veces corría por las calles estando borracho, hiriendo con armas a cuantos encontraba sin que persona osase ponerse ni en defensiva, ni en ofensiva.
Usó de enormes crueldades con los españoles, de los cuales hizo asar en asadores de palo a algunos y esto no por más delito que porque, tal cual vez no querían mostrarle los lugares o corrales donde podía hurtar ganado de cerda. Sucedió que a Roc, cruzando en las costas de Campeche, le sobrevino una grande borrasca, de suerte que su navío dio a la costas, escapando con sus marineros sin poder guardar ni salvar nada de lo que tenía fuera de unas pocas balas y algunas libras de pólvora con sus mosquetes; hallándose entre Campeche y Triste donde perdió su navío. Salieron y corriendo por ella con toda prisa, caminaban hacia el golfo de Triste, que es el lugar donde los piratas de ordinario reparan y refrescan sus navíos. Estando todos muy hambrientos y sedientos en aquellos desiertos fueron perseguidos de españoles que encontraron, siendo una tropa de cien jinetes. El capitán Roc dio corajoso ánimo a sus camaradas diciéndoles: Vale más, compañeros míos, perder la vida peleando, que rendirnos a los españoles, que nos la quitarán cruelmente venciéndonos. No eran los piratas más de treinta personas, pero viendo a su esforzado capitán oponerse con valor, acometieron a la tropa disparando cada uno su mosquete con tal destreza que cada tiro derribó a un hombre, continuando la refriega una hora; el resto de españoles huyeron porque su intento no era matarlos sino aprisionarlos, y esta confianza dio la ventaja a los piratas que despojaron y tomaron cuanto pudieron de los que habían quedado muertos y a los que del todo no lo estaban les acabaron de despenar y quitar las congojas de la muerte.
Montaron todos a caballo (no habiendo perdido Roc más que dos de sus compañeros y otros dos que halló heridos) y se encaminaron hacia la mar por la senda grande, pero antes que hubiesen llegado al puerto hallaron una barca de Campeche armada que estaba guardando algunas canoas que cargaban de leña. Enviaron seis hombres para espiarlas, las cuales tomaron el día siguiente por la mañana y con ellas al punto, con facilidad, la barca de guerra. Viéndose felizmente señores de esta flota hallaron muy pocas vituallas dentro, con que mataron algunos de sus caballos y los salaron con sal que por fortuna tenían los leñadores consigo, con cuya vianda se sustentaron hasta que hallaron otra mejor.
Los mismos piratas tomaron un navío que venía de la Nueva España para Maracaibo cargado con diversas mercadurías y número muy considerable de reales de a ocho, que llevaba para comprar cacao, todo lo cual llevaron a Jamaica, donde llegaron con su gente; disiparon en bien poco tiempo su dinero (según sus costumbres ordinarias) en las tabernas y en lugares de prostitución con rameras. Algunos de ellos gastan en una noche dos o tres mil pesos y por la mañana se hallan sin camisa que sea buena; como uno de ellos que yo vi dar a una meretriz quinientos reales de a ocho sólo por verla una sola vez desnuda. Mi propio patrón compraba en muchas ocasiones una pipa de vino y poniéndola en algún paso muy frecuentado, a la vista de todo el mundo, la quitaba las tablas de un extremo forzando a todos los que pasaban a beber con él, amenazándolos que si no bebían les daría un pistoletazo; otras veces compraba un tonel de cerveza y hacía lo mismo; otras, mojaba con las dos manos de tales licores a los paseantes, echase o no a perder los vestidos de los que se acercaban, fuesen hombres o mujeres.
Son muy liberales los piratas entre sí mismos; si alguno queda totalmente despojado de bienes le participan con franqueza de lo que tienen. Entre los taberneros tienen un gran crédito, pero en los de Jamaica no se deben fiar mucho, sabiendo que los vecinos de esta isla se venden con facilidad los unos a los otros, como yo vi a mi patrón (de quien hablo) que habiéndose hallado con tres mil pesos dinero contante, en término de tres meses se halló tan pobre que le vendieron por una deuda de taberna, que era en la que había gastado la mayor parte de su caudal.
Viniendo, pues, a nuestro discurso, diré cómo el pirata, después de haber gastado todo lo que hurtó, se vio forzado a volver a la mar a buscar más fortuna hacia el cabo de Campeche, que era su ensenada ordinaria. Quince días después que llegó tomó una canoa para con ella espiar el puerto de dicha ciudad y ver si podía robar algún navío español. Quiso su mala fortuna que él y toda su gente fueran hechos prisioneros y al instante conducidos a la presencia del gobernador que les hizo cerrar en un calabozo con absoluta intención de hacerlos ahorcar; y sin duda habría hecho hacer si no fuese por una sutileza que el pirata fingió, escribiendo una carta al gobernador haciéndole creer venía de fuera de la ciudad de parte de otros piratas, diciendo: Que se guardase bien de hacer algún mal a las personas que tenía aprisionadas, porque haciéndolo, le juraban que jamás darían cuartel a ninguno que cayese en sus manos si era de la nación española.
Como los piratas habían estado muchas veces en Jamaica y en otras villas y lugares en otros tiempos, el gobernador temió por lo que podría suceder; echólos de la prisión haciéndolos jurar que dejarían para siempre las piraterías y los envió con los galeones a España. Ganaron en este viaje todos juntos quinientos reales de a ocho, con que llegando a tierra no quedaron largo tiempo, pues proveyéndose de las cosas más necesarias, por su dinero se volvieron a Jamaica, de donde salieron, cometiendo mayores piraterías y crueldades que jamás hicieran, tratando a los españoles que caían en sus manos tan insolentemente como les era posible. Viendo los españoles que no podían ganar nada con tales gentes, ni domarlos, disminuyeron el número de navíos que comerciaban de una parte a otra, pero aun eso de nada les aprovechó, porque los piratas, no hallando más navíos en la mar, se juntaron todos y vinieron a la tierra de los españoles, arruinando ciudades, villas y lugares enteros, saqueando, abrasando y llevándose cuanto les era posible.
El primer pirata que dio principio a tales invasiones de tierra fue Luis Escot, que tomó la ciudad de Campeche. Arruinóla, robando y talando cuanto pudo y, después de haberla despojado de una excesiva suma de dinero, la dejó. Después de Escot, vino otro llamado Mansvelt, que emprendió meter el pie en Granada y llegar hasta la mar del Sur a piratear, como lo hizo; mas por falta de víveres le fue forzoso el volverse. Acometió a la isla de Santa Catalina, que fue la primera plaza que tomó, y en ella algunos prisioneros que le mostraron el camino hacia Cartago, ciudad situada en el Reino de la Nueva Granada. La acción tan intrépida del pirata Juan Davids, natural de Jamaica, es una de las más notables de esta historia, por la rara disposición y valor con que en dicho Reino de Granada se hubo. Después de haber cruzado largo tiempo en el golfo de Pocatauro, sobre los navíos que aguardaban de Cartagena en Nicaragua y no pudiéndolos hallar, resolvieron de irse a Nicaragua y dejar su navío cerca de la costa.
Púsolo por ejecución tomando ochenta personas de noventa que eran en todos y, dejando el resto para guardar el navío, entraron en tres canoas bien divididos con designio de robar las iglesias y a los principales vecinos de la ciudad sobredicha. Fueron de noche montando a remo con las canoas de la ribera y de día se escondían debajo de las ramas de los árboles a las orillas, que son muy continuados y espesos (como también hicieron así los que quedaron en el navío por no ser descubiertos de pescadores e italianos), y de esa suerte llegaron a la ciudad la tercera noche, donde la centinela del puesto de la ribera creía que eran pescadores que pescaban en el lago, y como la mayor parte de los piratas saben la lengua española, no dudó oyéndolos hablar. Tenían consigo un indio que se había escapado de la casa de su amo porque le quería hacer esclavo después de haberle servido mucho tiempo; saltó este tal en tierra y arrojándose a la centinela la mató, con cuyo suceso entraron todos en la ciudad y se fueron a tres o cuatro casas de ciudadanos donde llamaron con ficción, y creyendo eran amigos los abrieron y entrando acelerados robaron con la mayor prisa que pudieron todo el dinero que hallaron; no perdonando las iglesias, que profanaron sin respeto.
Entendíanse entretanto grandes lamentaciones de algunos que habían escapado de sus manos, de donde resultó que toda la ciudad estaba en alarma. Juntáronse todos los ciudadanos con presteza, lo cual visto por los piratas se huyeron con todo lo que habían robado y con algunos prisioneros, porque en caso que sucediese llegar a ser cogido alguno de ellos, tuviesen con quien canjearle. Llegaron a su navío y con prontitud tendieron las velas al viento, forzando los prisioneros a buscarles tanta carne cuanta necesitaban para llegar a Jamaica. Antes que hubiesen caminado mucho vieron un número de españoles, cosa de quinientos, todos bien armados a las orillas de la ribera, contra los cuales tiraron algunas piezas de artillería, forzándolos a volverse tierra arriba con la pena de ver llevar a los piratas tanta plata de sus templos y ciudad, que está lejos de la mar cuarenta leguas.
Hurtaron estos forajidos en la ocasión referida, más de cuatro mil reales de a ocho en moneda efectiva, con cantidad de plata labrada y muchísimas joyas, que todo junto se computa en cincuenta mil pesos, con todo lo cual llegaron a Jamaica en muy breve tiempo. Pero como no son señores del dinero que poseen mas que cortas horas, bien presto les fue necesario aviarse para buscar más por los mismos medios. Por esta acción fue electo el capitán Juan Davids por almirante de siete u ocho barcas de piratas, siendo de común acuerdo, un hábil conductor para semejantes empresas. Comenzó a ejercer este nuevo cargo, guiando su flota hacia las costas del norte de la isla de Cuba, para aguardar la que debía pasar de Nueva España, y no pudiendo obtener nada con este designio, resolvieron irse a las costas de Florida, donde llegando echaron la gente en tierra y saquearon una pequeña ciudad llamada San Agustín de la Florida, aunque en ella había un castillo con dos compañías de soldados dentro, a despecho de quienes la robaron, sin recibir alguna lesión de todo aquel pueblo.
Hemos hablado en esta primera parte de la constitución de aquel país insular, de sus propiedades y habitantes, de los frutos que se hallan en él. Trataremos en esta segunda de los piratas más célebres que han cometido raros delitos e inhumanas crueldades contra la nación española.
Fin de la primera parte